
Colgó el teléfono y, aparentemente, se hizo el silencio en la pequeña habitación de Cristina, pero en su interior se podía sentir todo un estruendo de sentimientos encontrados.
Con una mezcla de rapidez, serenidad e impaciencia, Cristina se levantó de la cama y se dispuso a leer anotaciones aleatorias de gente que encontró en Internet: “Tu estabas orgulloso de tu lado oscuro, mientras yo me empeñaba en alumbrarte con las luciérnagas de mis pupilas.” Nada mas terminar de leer esa frase Cristina se sintió aliviada, era una tranquilidad estúpida, pero se dio cuenta de que algún desconocido, en algún momento de su vida, había sentido justo lo que ella sentía en ese mismo instante.
Lo sé – dijo Cristina, hablando consigo misma - siempre he tenido esa tendencia, sobre todo con él, pero los deslumbres no son eternos y, de repente, cayó en la cuenta de que la gente tiene razón: Hay cosas que nunca cambian. No era amor lo que sentía y ella lo sabía, más bien era pura ternura, pero una vez más Cristina había olvidado la bipolaridad que envolvía a Alberto en estas situaciones, dejándose embaucar exclusivamente por esos recuerdos entrañables que habían quedado tan atrás. Y una vez más, en sus pensamientos, le dio las gracias a ese hombre misterioso que una vez fue suyo, pero esta vez por haberla hecho recordar que tanto brillo en ocasiones puede llegar a deslumbrar.
Volvió a coger el teléfono, marcando ese número imborrable en su mente (tal vez, por voluntad propia) y cuando sintió el resignado descuelgue que tuvo lugar en la otra punta del país dijo: “Por fin me he dado cuenta de que, contigo, solo en la mas absoluta oscuridad pueden verse las cosas tal y como son”.
Acto seguido colgó el teléfono, mientras sentía que ese idílico recuerdo en su mente empezaba a desvanecerse.
Por última y enésima vez Cristina abrió los ojos para nunca más cerrarlos. Por fin entendió que con Alberto no había posibilidad de equilibrio ni de entendimiento.

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