
Me voy de viaje, decía, pero en el fondo se preguntaba si era por placer o por necesidad. En realidad, ni siquiera tenia claro si viajaba o simplemente huía.
Me dijo que leyó en algún sitio que hay quien necesita perderse para encontrarse, pero tenia claro que a ella ni siquiera esa táctica le era efectiva.
No sabia que le ocurria, ni siquiera estaba segura de que la pasara nada pero se dio cuenta de que a medida de que se alejaba del suelo un sentimiento que le era levemente familiar la iba invadiendo: Resquicios de lo que fue, y por primera vez desde hace algun tiempo volvio a sentirse libre.
Sin saber por qué sus miedos empezaron a menguar y sus cadenas a desvanecerse.
Quizá es que habia olvidado que el sol la vio nacer, que la luna la protegia y que el viento la guiaba. Quiza fue por eso que alli, a las de 1000 metros de altura, sintió una seguridad como la que solo se siente en el hogar.
Nunca se lo dijo a nadie pero las malas lenguas cuentan que su problema era que confundía alas con libertad.
Aunque la verdad, yo estoy segura de que su mayor virtud o su peor defecto era que, inevitablemente, ella era del viento.

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